ANGELA VALLVEY
Todo transcurre entre el 1 y el 20 de noviembre de 1975, día de la muerte de Franco, y tiene como telón de fondo una pequeña comunidad rural en la que ya pueden apreciarse las sutiles convulsiones sociales que poco después transformarán radicalmente la sociedad española. Se llamaba La ciudad del diablo a la otra España en términos de la dialéctica de aquellos cardenales que contribuyeron a adornar, si es que no idearon, el imaginario de la Cruzada Franquista. Era el mes de Todos los Santos, el mes de la muerte. Pero aquel mes de noviembre del año 1975 fue más que nunca el de la muerte para San Esteban, un pequeño pueblo cercano a Toledo, situado apenas a cinco kilómetros de la capital manchega, parte de los primeros ensanches realizados fuera de sus murallas a partir del siglo XV. Mientras Francisco Franco agonizaba en El Pardo y la Marcha Verde avanzaba implacablemente por el Sahara, la muerte seguía repartiéndose generosamente por el mundo, y fue magnánima con San Esteban: el sábado, día 1 de noviembre, apareció el cadáver acuchillado de Clara, una madre soltera de 29 años y de vida un tanto alegre para los usos y costumbres de la pequeña localidad. El joven cura del pueblo, don Alberto, se tropezó con su cuerpo yerto cuando amanecía. La mujer estaba desnuda y ensangrentada, tirada en el suelo igual que una muñeca rota, delante de la puerta de la ermita donde el cura se disponía a oficiar misa un par de horas después. La noticia corrió como la pólvora, y pronto se convirtió en el principal chismorreo de la aldea. La gente de San Esteban no estaba acostumbrada a las muertes violentas. Y el hecho de que Clara fuera una mujer de costumbres demasiado liberales, se sumaba a la turbación de su triste final. Jorge Ortiz Villamediana tenía 10 años y estaba enamorado de Merceditas, la hija de Clara, una madre soltera, como hemos dicho, que ya había escandalizado con su embarazo, en su momento, a la pequeña comunidad. El chico Jorge tenía dos hermanos y procedía de una familia acomodada, era monaguillo y ayudaba a don Alberto, uno de los dos curas del pueblo, en misa. Juntos, sacerdote y monaguillo, tratarán de averiguar quién es el asesino de Clara, aunque para ello tengan que luchar contra la insólita resistencia de algunos oscuros personajes del pueblo